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La escritura como terapia

En todas las ciudades españolas (Barcelona, Valencia, Madrid, Valladolid…) cualquier neurótico en potencia puede encontrar consultas de psicólogos a las que acudir para hacer terapia. Hay quien dice que el psicólogo es el nuevo “cura”, una persona a la que acudimos a contarle nuestras penas y miserias para desahogarnos. Bromas aparte, necesitar la ayuda de un psicólogo es algo muy serio, pero no lo que nos interesa aquí.

Y me estoy refiriendo al poder terapéutico que tiene la escritura. No en vano, muchos especialistas la recomiendan como método de canalización y evaluación de los propios pensamientos. Es una manera de desahogo que en ningún caso debería infravalorarse.

Se trata de la terapia más barata que podemos encontrar en el mercado, ya que su coste equivale al de la libreta y el bolígrafo o lápiz que elijamos para realizarla. Muchísimo mejor este método tradicional, huyendo del ordenador, ya que el ejercicio de hacer los trazos de las letras a mano tiene un poder estético y relajante que nos obliga a deleitarnos en la expresión y selección de cada palabra.

Escribir obliga a concretar, a darle a esas ideas que nos rondan en la cabeza nombres y apellidos. El lenguaje tiene el poder de transformarnos, física y mentalmente, y crear alternativas y nuevos mundos posibles. Por eso, la reflexión puede ayudarnos a salir de atolladeros más fácilmente y aprender de nuestros propios pensamientos.

Se suele decir que desde fuera los problemas se juzgan mejor (de ahí que opinemos más sobre la paja del ojo ajena que de viga en propio) y la escritura es una forma de conseguir tomar esa perspectiva con nosotros mismos, por ejemplo escribiendo, dejando macerar y revisando lo escrito.

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