Me gusta pensar que los niños son una cajita de sueños. “Disfrutones” de la vida, que van, vienen, nos dan más de lo que les pedimos y sin que sea su propósito nos hacen felices.
Todos fuimos una vez niños. Aunque ahora nos cueste pensarlo, aunque parezca algo muy, muy lejano…aunque la sociedad adulta nos obligue a negar sus necesidades y a casi ignorar su existencia, y así de paso acallar las nuestras. Pese a todos, ellos siguen ahí, brillando con sus sueños. Dando luz por donde pasan.
“Imagino la cara de un niño, con su sonrisa tranquila y sus pies nerviosos, dándole a un balón. Al principio es juego, pero con el tiempo se vuelve sin quererlo, en demostración de talento. Eso le dice su padre, que se enorgullece de que ese pequeño lo haya heredado de él.
Y así, como si su propia luz le marcará el camino, llegó y triunfó. Paradójicamente, una vez conseguido su objetivo es cuando empezó tener miedo, oscureciendo su sonrisa y manteniendo como objetivo no perder aquello que había conseguido.
Por suerte, un cambio de rumbo le hizo reencontrarse con su luz. La risa volvió a sonar y rompió todas esas cadenas imaginarias que le ataban a la exigencia. Y así es como consiguió, sin dejarse la vida en ello, que todos le conocieran.”
Michael Robinson
En su última entrevista, ha dejado, como no podía ser de otra forma, una lección de vida. Para siempre quedarán estas declaraciones, como reflejo del sentir de una persona que se sabe afortunada y que vive agradecido: “A mí me ha llovido la suerte. Tengo 61 años y han sido 61 años amando y siendo amado. No cabe en la vida de 61 años tanta felicidad, tanta fortuna y buena suerte como tengo yo. Si de fortuna y suerte se tratara, ¡es que tengo 130 años!»
El exfutbolista y comentarista falleció el pasado 28 de abril a causa de un cáncer que le fue diagnosticado en 2018.
Pero me imagino que, siendo como era, no querrá que se haga énfasis en eso. Él nació en Leicester, Inglaterra el 12 de julio de 1958, aunque se mudó con toda su familia a Blackpool, cuando tenía cuatro años y pasó allí toda su infancia. Se casó con una amiga, que conoció en el colegio y con ella tuvo dos hijos, Liam y Aimee, los cuáles están enormemente agradecidos por las muestras cariño que han recibido de todos los que admiraban y querían a su padre.
Triunfó en el mundo del fútbol, pero lo de mi generación, sin duda, lo reconocemos por su inconfundible acento inglés, mientras comentaba en sus programas, en su español poco académico. Sentido del humor no le faltaba, se reía mucho de sí mismo, y eso fue lo que hizo que sus programas deportivos tuvieran un toque especial. Según explicó, un día se dio cuenta de que había habido momentos de su vida que no había podido disfrutar, aun habiendo conseguido aquello que se había propuesto, por el miedo al fracaso. Algo que por mucho que triunfes siempre te puede acompañar, al filo de lo que haces. Que infelicidad, ¿no? Pero que lucidez, al mismo tiempo, haber sido capaz de verlo y de transformarlo.
Y le volvió a llegar el éxito, pero esta vez más disfrutado, comentando en programas de deporte, con su peculiar acento, que lo ha hecho reconocible para todos.
Porque, aunque son muchos a los que ha marcado, tengo la sensación que como mucho, él vivía para su familia, pero sobre todo vivía para él. Como ese niño pequeño que sonreía con un balón en sus pies.
Un niño, convertido en hombre, que esté donde esté nunca caminará solo.
La infancia
Estoy segura de que a nuestro alrededor hay millones de niños que, como él, que están llenos de sueños. Y sí, puede que sea difícil llegar a lo más alto, pero no por eso vamos a quitárselos. El otro día vi un gesto de una familia que buscaba material deportivo especial, para darle el empujón de confianza que necesitaba su peque, y lo encontraron en Marianssport. Puede que su hijo nunca llegue a ser la estrella que él imagina cuando ve a los deportistas en la tele, pero sus padres así se lo hicieron sentir.
Solo esa cara, con esa ilusión, hace que cualquier pequeño esfuerzo merezca la pena. Y esos son los recuerdos de los que podemos tirar cuando de adultos nos sentimos vacíos. Ese día en que confiaron en ti, en que te demostraron que, por encima de todo, te apoyaban y te querían. Eso es el éxito, ¿qué si no?